Emiliano Calvo “Nano” fundó en 1957, uno de los primeros grupos de la provincia
En todas partes, el rock, constituyó una obra de aficionados entusiastas en plena adolescencia, no de músicos profesionales. En Salamanca fue además una proeza de improvisados lutieres e incluso de técnicos en electrónica formados sobre la marcha. Emiliano Calvo Nano, un peñarandino que ahora tiene más de 60 años, fundó, en 1957, Los Polaris, uno de los primeros conjuntos de nuestra provincia. Suya fue quizás la primera guitarras eléctrica “de verdad” que se pudo escuchar por estos contornos. Salamanca era, a finales de los cincuenta, una ciudad de la rancia Castilla franquista. Un ambiente nada propicio al desarrollo de formas musicales como aquel diabólico rock and roll, propio de pagos más libres y desarrollados. Nano fue uno de los patriarcas del nuevo sonido. Casi en la niñez, aprendió sus primeros acordes de guitarra en la rondalla de un colegio religioso. Como muchos de su generación, descubrió los exóticos discos del mexicano Enrique Guzmán, el granadino Mike Ríos o el gibraltareño Albert Hammond y decidió sustituir Clavelitos por Popotitos.
Sin embargo, ni siquiera estos jóvenes de tupé (aún no habían aparecido las escandalosas melenas “ye-yes” de los 60), se atrevían aún con los frenéticos ritmos de Chuck Berry o Buddy Holly, demasiado revolucionarios para los españolitos de la época. “Interpretábamos guitarradas tipo Shadows, que, por cierto, tampoco se escuchaban mucho por aquí”, afirma. Como, además, habían de pagarse los instrumentos actuando en bailes, el grupo tenía dos repertorios; uno para los conciertos de “exhibición” a base de estas guitarradas (Apache de los Shadows, por ejemplo), y otro integrado por boleros, cha-cha-chas, pasodobles y jotas, que era lo que les pedían en los pueblos. Tampoco viajaban muy lejos; sus actuaciones se circunscribían a los alrededores de Peñaranda, con alguna incursión puntual a Salamanca. En 1960 el grupo cambió su nombre por Los Torrentes, porque se enteraron de que, en algún país de Europa, existían otros Polaris. Asimismo fueron introduciendo. en su repertorio canciones de The Beatles, temas propios, baladas suaves de Adamo, o el famoso María Elena de Los Indios Tabajaras.
Equipos de artesanía
Por entonces era toda una aventura conseguir hacerse con instrumentos eléctricos y equipos de amplificación. Hasta comienzos de los sesenta no se comenzaron a exponer en el escaparate de tiendas como Fabriciano o De Bernardi, y además su precio estaba fuera del alcance del bolsillo de la mayoría de los jóvenes. Por eso se impuso la artesanía. “Cuando empezamos”, asegura Nano, “tuve que construirme una pastilla y colocarla en una guitarra española con cuerdas metálicas. Sonaba a rayos, pero producía un efecto similar al de las auténticas eléctricas”. Sin embargo, este instrumento “sin marca” solamente estuvo en su poder año y medio. “A finales del 59 me compré una guitarra italiana, concretamente una EKO, que me costó 2.500 pesetas, el sueldo de dos meses de un trabajador de la época”, asevera. Casi un milagro también era conseguir un teclado eléctrico o una batería, que tenían costes prohibitivos. Ya en el sesenta, Los Torrentes incorporaron un pequeño órgano de iglesia, en el que introdujeron dos micrófonos conectados a un amplificador construido, como el resto de los que tenían, gracias a la habilidad de Nano. Más tarde los cambiaron por otros “de fábrica”, que tenían una potencia nada menos que de ¡quince watios! Tampoco era fácil obtener discos. En nuestra provincia solo había grabaciones de canción española, pasodobles, flamenco o boleros tipo Antonio Machín. Generalmente los otros discos, todos singles de 45 revoluciones por minuto, procedían de estudiantes que los habían comprado en el extranjero o en Madrid. “Además, algunos emigrantes a Alemania o Suiza traían interesantes grabaciones de grupos de la RDA y de otros países del otro lado del Telón de Acero (Checoslovaquia, Hungría, etcétera). Después me di cuenta que sus interesantes guitarradas eran, a menudo, versiones de temas de grupos británicos o americanos, pero entonces no lo sabía”, asegura. “Aunque procuraba grabar todo en magnetófono, en cuanto veíamos una de estas joyas, los miembros del grupo teníamos cierta tendencia a “confiscarlas”, confiesa.
Libertad de traducción
Otro problema era la letra con la que versionaban las canciones en inglés. “Traducíamos el estribillo y lo que podíamos entender. El resto de la letra, siempre en castellano, nos la inventábamos. Cuando, años después, pude comprender las originales, me asustaba a menudo de las barbaridades que llegamos a decir”, añade con ironía
Nano no continúo en el mundo de la música. En 1964 se fue a la “mili”, el grupo se disolvió para siempre y él no volvió a tocar hasta que, con motivo de su prejubilación de la empresa Rank Xerox, su mujer le regaló una guitarra española. Sin embargo, la pasión por la electrónica que adquirió gracias su experiencia como músico se convirtió finalmente en su profesión. Y esta, sin duda, ha sido la principal aportación de su época de pionero del “pop” a su trayectoria vital.
(Del libro «Historia Incompleta del Pop y del Rock en Salamanca», de Víctor González Villarroel. Explorafoto, Salamanca 2009)
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