Los Clavos interpretaban los grandes éxitos de la música negra
Hay que reconocer que, en ocasiones, la puesta en marcha de un conjunto de los sesenta tenía mucho que agradecer a los tenebrosos colegios de curas de la época.
En casi todos ellos, la dirección costeaba un equipo musical básico para que algunos alumnos montaran grupos y rondallas que actuaban en la fiesta del santo fundador.
José Marcos, era uno de estos afortunados (o enchufados, en opinión de los condiscípulos envidiosos). “Comencé a tocar en la tuna del colegio, pero formé mi primer grupo a principios de los sesenta”, afirma. “Nos llamábamos Los Munsters (Eduardo, Fidel, Julio y yo)”. Como de costumbre, tenían instrumentos muy primitivos. Guitarras Jomadi para
Eduardo y Fidel, y, para Julio, una batería española sin marca conocida. El mismo José se construyó un bajo en forma de lira que causaba sensación, aunque de su sonido mejor no hablar. Tras pasar por una formación intermedia, llamada The Leathers, a José le llamaron el batería Kike Cobaleda y el guitarrista Manolo Iglesias Monster. Estos habían fundado
un grupo, para el que buscaron también al cantante Kayto Burrieza y al guitarrista de acompañamiento Fidel, sustituido al poco tiempo por Manolo González el Pelirrojo, un excelente organista con estudios musicales. Hubo un previo componente, Manuel Igea, que tocaba la guitarra de doce cuerdas y hacía de manager del grupo. El conjunto pasó a llamarse Los Clavos. Corría el año 1967.
En el American Bar
Los cuatro amigos comenzaron a ensayar en el Teologado Salesiano que, según Manolo Monster “estaba en el quinto pino y había que ir a pata”. Como otros “conjunteros”, los miembros del grupo se reunían en el American Bar, un local situado frente al mercado de Abastos, al lado de la Plaza Mayor, donde había una máquina de discos, en la que, previa introducción de monedas, podían oírse a los artistas más modernos del mundo (Beach Boys, Aretha Franklin, Myriam Makeba, Tom Jones y, sobre todo, el divino Wilson Picket). “Cuando queríamos sacar alguna de estas canciones, nos largábamos a nuestro nuevo local, tras la iglesia de San Juan de Sahagún, antes de que se nos olvidaran los acordes”, afirma Monster. Su primera actuación seria fue en las ferias de 1967. “Nos pagaron 3.500 pesetas, menos 1.000 en concepto de alquiler del equipo y comisión del representante (Javier Repila). Dicen las malas lenguas que el batería y el cantante perdieron su virginidad aquella misma noche. Teníamos 19 años”, añade. A partir de ese día, parece que la suerte les sonrió. Tocaban en las fiestas de los colegios mayores, en el polideportivo, en verbenas y hoteles, en muchos pueblos y en salas de baile.
Pero la consagración económica les llegó en forma de contrato por seis meses en el Atenas, una sala de fiestas (y de alterne). Cobraban ¡4.000 pesetas diarias!
Gracias a esta enormidad de dinero pudieron comprar un equipo en condiciones. Al órgano Farfisa de dos teclados, adquirido al Tío Manolo, le pusieron un amplificador Sinmarc de 40 watios, al que añadieron otro de 60 para la guitarra y un Music Son de 100 para el bajo, un Bird Song. El equipo de voces era un Dinacord, y la guitarra una preciosísima Guild Starfire IV de 48.000 “leandras”. Kike cambió su modesta Honsuy por una impecable Ludwig que le vendieron Los Soles. Total 500.000 pelas, que tardaron cinco años en pagar a Maxi, una famosa tienda de Madrid. Era julio de 1967.
Emulando a Picket
Los Clavos tocaban casi exclusivamente música negra. “Nuestro repertorio”, asegura José Marcos, “se ceñía al Soul y el jazz (Deborah, La tierra de las Mil Danzas, etcétera)”. No obstante, como todos, tocaban también música de baile, sobre todo en los pueblos. Kaito tenía una excelente voz
de bajo, ideal para bordar estas canciones. Sin embargo, el músico del grupo por excelencia era Manolo González, que sacaba un excelente partido a su Farfisa “no era un Hammond, pero él lo hacía sonar como nadie”, asegura.
Además de sus méritos artísticos, el atractivo físico de varios de sus componentes (sobre todo de Kaito) les convertían en el grupo charro con mayor número de fans (y eso que todos las tenían). “La única vez que estuvimos a punto de acabar nadando en el pilón fue porque Kaito se puso chulo con los jóvenes de un pueblo. Tuvimos que salir corriendo en la furgoneta, mientras él sacaba las posaderas por la ventanilla”, afirma José.
El grupo duró hasta que, en 1969, el servicio militar de algunos de sus componentes (Kike y Kaito) les hizo desaparecer, si bien durante unos meses tocaron con el batería Tony Payán en lugar de Kike. Tras su disolución, José se fue a Benidorm donde, tras fundar una orquesta junto a Pepe –teclista de Gandía que sustituyó a Manolo–, montó una tienda de electrónica. Manolo Iglesias trabaja como arquitecto técnico en Benalmádena, Manolo el pelirojo sigue tocando en hoteles y salas de fiestas de Benidorm, Fidel es agente comercial en Torrevieja y Kike vive actualmente en Niza, donde se dedica a los negocios. El cantante Kaito es profesor de tenis y está afincado en Galicia.
(Del libro «Historia Incompleta del Pop y del Rock en Salamanca«, de Víctor González Villarroel. Explorafoto, Salamanca 2009)
Edición web: Raquel de la Nava (Culture27)
Maravilloso. Yo estaba allí, con ellos, de vez en cuando, me colaba como «técnico» de sonido en las fiestas de los pueblos (Baños de Montemayor, p.e.), como hermano de Manuel Iglesias, me lo pasaba muy bien. Manolo, mi hermano, me enseñó muchas canciones y a degustar bossa nova. Éra un tremendo conjunto!!!
Muchas gracias pro tu comentario, Javier. ¡Seguro que viviste muchas anécdotas!